miércoles, 7 de marzo de 2012




Así comienza...


LOS CUADERNOS DE LA SEÑORA BELL


Es verdad que en el pequeño pueblo en que vivimos, al que llegan los fines de semana unos cuantos excursionistas a hacer senderismo y alpinismo, los hay que piensan que no existo. Probablemente piensan que casi no veo, y que mi letra —a esta altura de mi vida— debe ser un galimatías ilegible. ¡Dios, me encantan estas gentes! Hacen que me sienta viva.
Mientras ellos piensan esas cosas, yo en mi preciado retiro, en mi letargo de osa, en el mayor de los secretos, escribo mis cuadernos de tapas azules donde voy contando poco a poco nuestras vidas; las suyas y la mía.
En el pueblo hay pocos niños. «Pequeños adultos» los llamo yo, porque están todo el día entre personas mayores. Pero aún es posible conversar con ellos sobre hadas, ogros y superhéroes.
Los televisores de sus casas los atrapan, pero también el paisaje y el clima al que no pueden sustraerse, y del que esperan todos los inviernos una nevada —lo suficientemente grande— como para jugar con los trineos.
Los cuadernos azules donde voy escribiendo estas historias están depositados en un arcón donde diferentes generaciones de mi familia han guardado sus ropas, comida en conserva, objetos de valor...
Me pregunto quién los encontrará el día que yo no esté. ¿Qué pensarán de lo que he escrito? ¿Qué harán con ellos? ¿Se reunirán para leerlos? ¿Se los repartirán? ¿Y si no les gustan, se atreverán a encender con ellos el calor del fuego de sus hogares el próximo otoño? Yo, en su lugar, lo haría. De verdad, me encantaría que hicieran algo así. Chispas. Fierecillas de luz saliendo de estos papeles.
También me sentiría muy orgullosa si los leyeran. Me pregunto cuál de las ancianas y temblorosas manos de este lugar pasará la primera página o qué manita infantil dibujará más tarde sobre los renglones escritos por mí una serie de admirables y coloridos garabatos redondos sin brazos ni piernas.
El arcón —y esto me parece importante decirlo— tiene una cerradura, y la llave, de momento, la guardo yo en el interior de una antigua tetera recibida en herencia.
Esta tetera estuvo durante 150 años en el hogar de unos parientes. Y la sola visión de sus formas retiene y conserva el recuerdo de diligentes manos sirviendo el té y ofreciendo pastel, mientras los rostros conversan alegremente.
En este pequeño pueblo las casas viven mirándose unas a otras. En primavera y verano, ellas tienen ojos de cristal y pestañas de petunias y geranios. En invierno, al atardecer, son como hembras maternales esperando el regreso de sus polluelos.
Reconozco que tiene sus ventajas parecer inexistente. ¿Habrá modo de pasar más desapercibida que la de ser una anciana? Estoy segura de que no.
Yo, la señora Bell, la que se casó con Antonio, la extranjera que llegó un día al pueblo cargando una gran mochila azul y un saco de dormir...
La viuda que todavía tiene en el establo una vaca, hace queso de oveja y mira enamorada volar mariposas y libélulas por los prados.
Es curioso, al principio y durante mucho tiempo, no supe que me habían puesto un mote.
Me lo dijo Antonio un mediodía al regresar de la iglesia.
—De ahora en adelante te llamarás Beautiful.
—¿Por qué? —pregunté yo, asombrada, escuchando cómo sonaba aquella palabra al brotar de sus labios tan torpes para el inglés.
—Porque lo dice el pueblo, princesa.
—¿Y qué más dice el pueblo?
—¿Qué más...? ¡Que hagamos el amor! Ahora mismo. ¡Eso dice!
Pero no era verdad, porque entonces había una dictadura. Y sí era verdad, porque aunque a la dictadura no le gustase, las personas continuaban amándose.
(Continuar leyendo)


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Nota: este libro se subió a Amazon el 22 de enero de 2012. En tres semanas se situó en los primeros puestos en el top 100 de más vendidos llegando a alcanzar, incluso, el número uno. Actualmente, se mantiene en los primeros puestos. Esta novela ha sido, además, finalista del "XI Premio de Novela Breve Casino de Lorca", 2011.

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